Loquillo: «Quienes dicen que en los 80 había más libertad es porque vivieron muy bien en el franquismo»
Le da igual sacudir a los profetas de la cancelación que a los guardianes de la moral. Él siempre va a su aire. «Yo no soy un número, soy un hombre libre», se ríe
Nos cita en el hotel Fénix, en el que se queda cada vez que viene a Madrid. ¿Por qué? Porque en él se instalaron Los Beatles cuando actuaron en Las Ventas en 1965. Y es que, bajo esos casi dos metros aún de atleta y el tupé en que sólo las canas delatan la edad, siempre se ha escondido un romántico. «Un romántico al estilo germánico: el yo por encima del todo», apunta con sorna Loquillo (Barcelona, 1960). O José María Sanz. Es difícil saberlo. Su último disco, La vida es de los que arriesgan, recupera sus conciertos íntimos en teatros durante la pandemia y ahora arranca otra gira (cita destacada: el 17 de junio en el Backstage Fest de Madrid) que, volviendo a lo del ego, se llama…
‘El Rey’. Bien de modestia ahí.[Risas] A ver, a estas alturas ya… Es el segundo año de una gira que viene precedida por tres años de una sucesión de acontecimientos que empiezan el día que nos suspenden nuestras libertades individuales, una semana antes de empezar los ensayos de la gira de El último clásico, y todos los conciertos que estaban preparados vuelan por los aires. Toda la inversión de dos años de trabajo y toda la inversión económica se caen, porque no olvidemos que nosotros no gozamos de ningún tipo de subvención, somos nuestra propia empresa. Ante esa situación aparte del bajón, el mal cuerpo y el desastre que fue la pandemia para todos, tomo una decisión que es seguir adelante, avanzar. Es lo que decía Churchill: «En las peores situaciones es cuando hay que inventar una treta diferente». Entonces me propuse hacer una gira de poesía contemporánea. Sabía a lo que nos enfrentábamos, que iba a ser una misión suicida, pero era eso o morir.
¿Llegaste a pensar que se acababa todo?Fue un acto de fe, del romanticismo absoluto que es defender a Gil de Biedma, a Atxaga, a Luis Alberto de Cuenca, a Jacques Brel, a Aute… Defenderlos en el peor momento y en la peor situación. Era épico y la épica siempre ha estado en el ADN de Loquillo. Nos enfrentamos a todo. Mientras el gobierno español hacía una campaña en favor de la cultura segura, los presidentes autonómicos sólo hacían que reducir los aforos de teatro, de cine y de música. Era una contradicción que pasará a la historia. A partir del mes de agosto empezaron las locuras de los gobernantes, el miedo al qué dirán de los medios de comunicación y se cayó un bolo tras otro. Así hasta la derrota final.
¿Es la vez que más loco ha estado el Loco?Bueno, de ahí salí con un bocio nodular que me afectaba a las cuerdas vocales y que se me recomendó operar. Me negué. En vez de eso, sabiendo la gravedad de a lo que me estaba enfrentando, llamé a Alonso Peña, a Sabino Méndez, a Igor Paskual y les dije: «Puede ser mi último disco, vamos a hacerlo». Y durante la segunda parte de la pandemia, estuvimos aislados en el Ampurdà grabando Diario de una tregua.
¿De verdad pensaste que iba a ser el último disco?
Sí. Ya estoy perfecto, pero desde entonces, me levanto todas las mañanas pensando que puede ser la última.
¿Has contado todo lo que tenías que contar?No. Pienso eso porque, sencillamente, la vida es así y porque vivo con una persona que lleva enfrentándose con la muerte desde hace 12 años [cuando detectaron un cáncer a su pareja, Susana Koska] y sé lo que es la diferencia entre la vida y la muerte. Soy consciente de que se puede acabar cualquier día, pero mientras haya mala hostia en mi cuerpo y siga enfrentado con el mundo, como buen hijo único, seguiré haciendo discos. De hecho, acabo de terminar de grabar un nuevo disco de poesía contemporánea dedicado a Julio Martínez Mesanza. O sea, en el tramo desde que me diagnosticaron he grabado Diario de una tregua, La vida es de los que arriesgan y Europa. No está mal.
Es ritmo de un veinteañero espídico.Además son dos personajes distintos, el de la poesía y el de la música, y haber transmutado el personaje de un lado a otro en una situación tan difícil como esta me llena de orgullo. Me siento muy orgulloso del trabajo que he hecho y de las personas con las que he hecho este trabajo. En el peor momento, en la peor situación y cuando más lo necesitaba la cultura de este país, frente al silencio de las autoridades y frente al silencio de tantos compañeros de profesión que se han mantenido al margen, sin ningún tipo de crítica y que sólo han aparecido cuando esto ya se había resuelto.
¿Falta solidaridad entre los músicos?Total y absolutamente. Ha sido una vergüenza que hayan sido los técnicos los que se hayan manifestado. Eso da idea de qué gremio somos. Yo envidio al cine porque el cine cuando se une consigue cosas, pero en este business de la música los cuchillos vuelan y todo el mundo va a la suya. Sí, faltó mucha solidaridad y los técnicos dieron una lección. Afortunadamente se ha aprobado una parte del Estatuto del creador y se ha ampliado la Ley de mecenazgo, pero queda mucho trabajo: equiparar los salarios, equiparar las ganancias con los años de trabajo, equiparar las leyes que existen en la mayoría de países de nuestro entorno con lo que ocurre aquí. Lo que no puede ser es que si un artista trabaja un año y al siguiente no factura porque está trabajando en un guión o en una nueva idea, se le aplique el mismo valor. No tiene sentido. Es indispensable arreglarlo si queremos realmente que la cultura de nuestro país sea independiente del Estado y no esté pensando todo el rato que el Estado tiene que pagarnos las cosas.
¿Se han acostumbrado los artistas españoles a vivir de las subvenciones?No lo dudes. Se han acostumbrado totalmente. Hay gente que estudia para eso, para saber perfectamente por dónde rascar una. Mucho estómago agradecido y, lo que más me molesta, el discurso del supuesto independiente que se acuesta con un partido determinado para conseguir sus subvenciones. Está demostrado que esto sucede desde hace mucho tiempo, que me parece lícito que cada uno se busque la vida como quiera, pero me gustaría que hubiera fair play y existiera también la posibilidad de trabajar de otra manera. Nosotros arriesgamos, yo he pagado de mi bolsillo los dos documentales que he producido y este disco de Martínez Mesanza. No es por amor al arte, es porque creo que es necesario.
¿Esa independencia tiene un precio?Sí, claro. Mira, la Fundación Autor de la SGAE y el Instituto Cervantes no han hecho ni caso al proyecto de poesía contemporánea que llevamos realizando Alonso Peña y yo desde el año 95, con los dos últimos discos dedicados a dos Premios Nacionales de Poesía: Luis Alberto de Cuenca y Julio Martínez Mesanza. Pues muy bien, sigamos en la disidencia.
¿Qué queda de José María Sanz dentro del huracán Loquillo?Todo el mundo se imagina a través de las canciones cómo es ese señor que las interpreta y cada uno tiene su idea. Hay un Loquillo para cada persona de este país, pero he pensado siempre, y lo mantengo con 62 años cada vez con más firmeza, que José María Sanz es el tipo que sale al escenario y Loquillo es el que baja.
Al revés de lo que cabría esperar.El Loquillo que baja del escenario es que es el que se pone el personaje por montera para defenderse de la realidad. José María Sanz es el que siente que en el escenario está en su casa. El que ves ahí arriba es él. El artista que piensa que es al revés, que el personaje es el que actúa, está profundamente engañado, se cree su propia mentira. Es como la frase de Baudelaire: El mayor truco del diablo fue hacernos creer que no existe. Eso he hecho yo con José María Sanz.
En serio, ¿de qué calibre es tu ego?Como te decía soy un romántico germánico, el yo manda, pero tengo una contradicción muy gorda. ¿Sabes cuál es? Que mis discos son colectivos: hay compositores, hay músicos, hay editores. Soy individual, pero a la vez soy colectivo, ¿qué está pasando en mi cabeza? Pero, por otro lado, sí, creo que cada vez estoy más cerca del personaje total.
¿Qué quieres decir con personaje total?Es algo que me excita muchísimo. El verano pasado terminé la gira de El Rey en mi mejor momento tanto personal como físico, con la mejor banda de rock que he tenido en mi vida y, por aclamación, seguimos un segundo año y terminamos en París. ¿Sabes que haré el próximo año? Una gira en teatros, que hace 18 años que no lo hago. Terminar este año en todo lo alto y hacer la exhumación del personaje, transformarme del rock al teatro y, en vez de explosionar, contener. Es un ejercicio bestial y un lujo.
Has citado varias veces a Luis Alberto de Cuenca. Esa amistad y colaboración con un poeta de derechas, ¿te ha pasado factura?Por supuesto, mucha. Leí en un periódico de izquierdas de tirada nacional que el crítico de mi concierto definía a Luis Alberto de Cuenca como «la máxima representación del fascio de pata negra». En cambio, no he leído en ningún periódico de centroderecha español llamar a Luis García Montero «comunista». «De mierda», por añadir. Es curioso, ¿verdad? Me parece tan absurda una cosa como la otra porque los dos son grandes poetas de este país independientemente de su ideología, de la misma manera que me parece cojonudo que Ismael Serrano tenga un compromiso político y Sabino Méndez lo haya tenido. Creo que eso es bueno para la democracia de mi país.
¿Tú no lo tienes?Yo creo que cuando consigues molestar a izquierda y derecha es que estás en el buen camino.
Diría que a la derecha le molestas menos, te ha adoptado un poco…No sé, yo te puedo contar bastantes anécdotas al respecto de gente de derechas que me odia. No sé. Yo amo Francia y en Francia cuando un artista se posiciona políticamente es considerado un acto a favor de la Constitución y de la democracia de su país. En este país desgraciadamente se le señala y eso es muy peligroso.
Tienes 62 años, entrenas a diario y estás como un toro. El sexo, drogas y rock and roll se ha reducido básicamente a rock and roll.Chanel, cocaína y Dom Perignon en nuestro caso. He sido jugador profesional de baloncesto, crecí con una educación física de primera línea, mis amigos son la élite del baloncesto español de varias generaciones como Germán González, Epi, Iturriaga y Esteller… Siempre he sido un atleta y, cuando estás dos horas en un escenario, tienes que estar en una situación física acorde con el público que paga la entrada. Es un acto de respeto al público y también hacia ti. Hay una cosa muy importante: he vivido todas las etapas que se le suponen a un hombre a la edad que correspondía. No dejé la vida disoluta porque el cuerpo no aguantara, sino porque me aburrí. Así de claro. Con 50 años, estar con las ventanas bajadas de día es ridículo. Yo ya lo hice y se acabó. Hay etapas de un hombre que un hombre tiene que superar y, si no las supera, se convierte en un Peter Pan. Desgraciadamente, en el mundo de la música lo que más habita es el peterpanismo.
¿No te permites mirar hacia atrás?Cuando abandoné Los Trogloditas con 45 años, me fui yo del grupo después de haber tocado con los Who, siendo la única banda que ha tocado con los Who y con los Stones en este país. Los únicos. Me fui porque veía mi futuro y mi futuro era tocar en festivales de recuerdos de los 80. Decidí tomar un rumbo distinto e inventar un nuevo personaje que fuera, sobre todo, un personaje adulto, correspondiente con mi edad. Con Los Trogloditas no podía definir el personaje porque se convirtieron en una especie de grupo tributo de sí mismo. Entonces, como no había ningún interés en cambiar esa dinámica, me fui. Así de fácil.
¿Se sobrevaloran los 80? ¿Se han idealizado?Cuando me preguntan por La Movida siempre digo que antes estuvo la República de Weimar y, si nos vamos atrás de todo, nos vamos a la universidad de Jena con Schiller y todo aquello, ¿no? Y seguro que podemos ir más atrás. Pum, pum, para atrás, siempre para atrás. Que me pregunten a mí por La Movida es como si a Serrat le preguntasen por la Nova Canço. La Movida para mí fueron tres años y acabó en el 83, pero, bueno, podemos apurar hasta el 84. Lo que vino después fue otra cosa, pero es que nos olvidamos de algo: en aquella época salías de Madrid y las carreteras tenían polvo, llegar a Galicia te costaba casi dos días en una furgoneta y a las chicas que iban vestidas como Alaska en el metro y en el autobús las llamaban putas. ¿Nadie se acuerda de eso? ¿O es que se piensan que todo el mundo en esa época era moderno?
Ahora se ha puesto de moda decir que había más libertad que hoy en día.Mira, quienes dicen que en la Transición y en los 80 había más libertad es porque vivieron muy bien en el franquismo. Punto. Porque si yo empiezo a hablar de lo que fue la Transición en mi barrio, con las huelgas de las fábricas… ¿Perdón? ¿Quién está diciendo que había más libertad? En Barcelona, que era la ciudad más avanzada que había en España y hasta en San Francisco se hablaba de lo que estaba sucediendo aquí, sale en la película de Harvey Milk incluso, todos los días se manifestaban por sus derechos las feministas, los gays y las lesbianas. Si esas personas no hubieran hecho ese trabajo, luchando por los derechos civiles, no gozaríamos de estas libertades actuales, impensables entonces. Así que los que dicen que antes había más libertad que se lo hagan mirar. Lo que están haciendo es revisionismo histórico. ¿Cuándo vivíamos mejor? ¿Con Carrero Blanco? Igual los que dicen eso vivían muy bien porque eran la élite del franquismo, pero te aseguro que en el barrio de El Clot eso no pasaba.
A ti te echaron del equipo de baloncesto por ir con los ojos pintados.Por ejemplo.
¿Te has sentido amenazado por la cancelación?Qué va. Tengo 62 años, no tengo el descaro ni la formación intelectual de Arturo Pérez-Reverte, el rollo punk de Carlos Boyero ni el punto libertario de Fernando Fernán Gómez. Los admiro a los tres porque nunca han dejado de ser irreverentes y políticamente incorrectos, aunque en muchas cosas no esté de acuerdo con ellos. Ahora sí noto que falta eso. Y no me estoy refiriendo al rebote porque sí, para mí transgresión no es decir «caca, culo, pedo, pis». Transgresión es poner en duda el statu quo, esa es la Biblia del disidente. Creo que es casi una obligación para los creadores y da igual la ideología. No tengo nada que ver con Robe Iniesta y musicalmente no es mi rollo, pero quiero que siga siendo así porque es diferente y a mí me gustan los artistas diferentes. Lo que no me gusta es el blandiblú, la queja porque sí y los ofendiditos que nos han taladrado en los últimos dos años. Hay que reírse un poco de todo. Debería salir un grupo como Siniestro Total ahora para o, mejor, debería volver Siniestro, que saliera Julián [Hernández] a hacer un montón de canciones poniendo del revés a toda esta peña. Es necesario, sería sano. Se confunde la bondad con beatismo.
Ahí no te pillan, sospecho.Nos rodea una onda de beatos. ¿Que no te gusta el sexo o piensas que el sexo es malo? Vale, pues muy bien, tío. ¿Que te quieres ir monte arriba a estar en comunión con las estrellas? Pues vete, tío, a mí qué más me da. Pero no me digas a mí cómo tengo qué ser. El asunto es muy fácil si has leído a Ray Bradbury o a Orwell. Yo no le pertenezco al Estado o, como se decía en El prisionero, yo no soy un número, soy un hombre libre.
¿Qué has aprendido de estos años de reinvención ?He aprendido muchísimo, para mí han sido los años más intensos de mi vida y espero no tener que pagar un precio físico por ellos. La gira pandémica por la España vacía y silenciosa ha sido lo más emocionante que me ha pasado en la vida. Romper el silencio no se paga. La intensidad personal que sentí en esos momentos, todo lo que me pasó por la cabeza, no se puede explicar porque nadie va a tener esa sensación. Sólo aquellos pocos que se atrevieron a salir a la carretera pueden compartirla. El resto no sabe nada. Y a nivel personal, una felicidad inmensa. Una epifanía, esa sería la palabra. El haber hecho lo correcto, defender tu oficio, salir a tocar contra viento y mareas, aún sin vacunas, sabiendo que podíamos pillar el bicho en cualquier momento… Para mí ha sido lo más grande que he hecho en mi vida sin duda. Y los 40 años anteriores de trabajo merecen eso.